— Jian… Jian.
Una voz muy suave y amorosa me estaba llamando, un timbre que reconocería en cualquier lugar, incluso en los rincones más oscuros de mi mente.
‘¿Mamá?’
La pregunta resonó en mi interior, llena de confusión y anhelo. ¿Por qué mi madre me estaba llamando? Torpemente, abrí los ojos y miré a mi alrededor. Me encontraba en mi vieja habitación, la que había tenido cuando era un niño, con las paredes decoradas con dibujos de colores y juguetes esparcidos por el suelo.
[Clic.]
La puerta se abrió suavemente, y un fragante aroma se filtró desde el exterior. Allí estaba mi madre, siempre vestida con un delantal de flores amarillas, sonriente como siempre lo hacía. Su presencia iluminaba la habitación, y mis ojos se abrieron de par en par, incapaces de dar crédito a lo que tenía frente a mí.
— Mamá… — Susurré, la incredulidad y la esperanza entrelazándose en mi voz.
— Mi hijo es muy dormilón. — Dijo, con un tono lleno de ternura. — Vamos, debes darte prisa. No queremos molestar a tu padre, así que no podemos llegar tarde a la escuela.
¿Escuela? En ese momento, miré mi cuerpo, y vi que era mi yo de cuando tenía cinco años. La realidad se desmoronaba a mi alrededor. Entonces, ¿era un sueño? No había otra explicación. Mi madre… Ella había muerto cuando yo estaba en secundaria. Esta persona frente a mí era solo un eco de mi pasado, un producto de mi imaginación, una ilusión que se negaba a desvanecerse.
— Mi pequeño ha pasado por un mal sueño.
Dijo, acariciando mi cabello con una suavidad que me hizo sentir seguro. — Pero recuerda que mamá siempre está cuidándote. Vamos, tienes que alistarte.
Su aroma era tal cual lo recordaba. Tan suave, pero fragante, era como si el amor y el cariño me estuvieran envolviendo en un abrazo cálido. En ese instante, el dolor de la realidad se desvaneció, y por un breve momento, me dejé llevar por la ilusión de que todo estaba bien. La tristeza y la desesperación que me habían perseguido se desvanecieron, reemplazadas por la calidez de su presencia. Pero en el fondo, una voz susurraba que este momento no podía durar, que la verdad siempre regresaría, y que el abismo que había dejado atrás aún me esperaba.
— Mamá… Me levantaré si mamá me da un abrazo. — Dije, con la voz entrecortada, como si el simple acto de pedirlo me llenara de esperanza.
— Vaya, mi pequeño Jian es tan lindo.
Respondió ella, su voz suave como un susurro en la brisa.
Cerré mis ojos y, en pocos segundos, mi pequeño cuerpo fue envuelto en un abrazo suave y acogedor. Enterré mi nariz en el pecho de mi madre, inhalando su aroma familiar, un perfume de amor y seguridad que me era tan difícil creer que era un sueño. Era tan real. Ella era tan real.
Mis manitas rodearon el cuello de mi mamá, y me aferré a su delgado cuerpo, sintiendo cómo una sensación de seguridad comenzaba a inundarme. Sin duda, con mi mamá siempre estaría seguro. Fue lo que creí en ese momento, un refugio en medio de la tormenta.
Pero de repente, [¡bang!] un ruido estruendoso interrumpió abruptamente el abrazo que me llenaba de calidez. Levanté mi cara para ver su rostro, y noté cómo su expresión se endureció, como si una sombra hubiera cruzado su mirada.
— ¿Mamá? — Pregunté, la inquietud comenzó a anidar en mi pecho.
— Shhh, bebé, tienes que arreglarte rápido. ¿De acuerdo? — Dijo, su voz ahora tensa, casi un susurro.
Una voz masculina rugió fuera de la habitación, gritando el nombre de mi madre. Ella respondió con urgencia, y rápidamente salió de mi cuarto, dejándome solo en la penumbra de mis pensamientos. Me incorporé lentamente, la confusión llenando mi mente. ¿Había estado soñando con mi vida adulta? ¿Cómo un niño de cinco años podía tener esa clase de sueños? Pensé en eso mientras me miraba en el espejo.
El cuerpo frente a mí correspondía a Hwan Jian, al menos al que tenía cinco años. Sin perder tiempo, coloqué mi ropa y alisté mis cosas para ir a la escuela. Pero en el momento en que estaba por girar el picaporte de la puerta de la habitación, nuevamente se escuchó un sonido estrepitoso.
[¡Crash!]
Corrí hasta la cocina, donde mi madre estaba arrodillada frente a mi padre. La escena que se desplegó ante mis ojos era desgarradora.
— ¡Lo siento, fue mi culpa! Cariño. Lo haré mejor la próxima vez. — Imploraba ella, su voz temblorosa y llena de miedo.
Mis ojos se giraron hacia el objeto roto en el suelo: un plato con arroz recién hecho, ahora hecho añicos, esparciendo su contenido por el suelo. Mi padre comenzó a gritar malas palabras a mi madre, su voz llena de rabia y desprecio, mientras ella se mantenía de rodillas, con el rostro mirando al piso, incapaz de dejar de temblar.
El aire se volvió denso, y la sensación de seguridad que había sentido momentos antes se desvaneció, reemplazada por un frío helado que caló hasta los huesos. La realidad de mi infancia se desnudaba ante mí, y la ilusión de un abrazo cálido se desmoronaba, dejando solo el eco de un amor que se había vuelto frágil y quebradizo.
De un momento a otro, una mano adulta de gran tamaño golpeó la mejilla blanca de mi madre con una fuerza brutal, provocando que su delgado cuerpo cayera al suelo. Ahora lo recordaba.
Mi padre era esa clase de persona. Un hombre incapaz de trabajar por su adicción al alcohol, que encontraba placer en perder dinero apostando. ¿No fue por eso que en mi vida adulta la pasé tan mal? En mi sueño de adulto, mi padre había contraído una gran deuda, y yo, al ser su hijo, me convertí en el garante directo de su miseria.
Pero todo eso había sido un sueño. ¿O no? En el momento en que mis ojos observaron la mano de mi padre dirigirse hacia mi madre de nuevo, un grito desgarrador salió de mi garganta, y corrí lo más rápido que pude. Mi pequeño cuerpo fue incapaz de impedir la agresión, y reboté, cayendo al suelo con un golpe sordo.
— ¡Jian! ¿Estás bien, hijo? — preguntó mi madre, su expresión llena de preocupación mientras se arrastraba para ayudarme. Pero mi padre le impidió el camino, sujetando fuertemente su cabello, su mirada llena de furia.
— ¡Suelta a mi madre! Grité, la rabia y el miedo confluyendo en mi pecho.
En ese momento, mi cuerpo comenzó a sentirse pesado, y toda la escena frente a mis ojos se empezó a distorsionar, como si estuviera borracho. Lo sabía, esto era un sueño. Mi realidad estaba allá afuera, en un mundo donde el dolor y la tristeza no eran tan palpables.
Sin embargo, algo dentro de mí se negaba a dejar a mi madre sola con ese sujeto. Luché por alcanzarla, por protegerla de la tormenta que se desataba a su alrededor.
— Chico, despierta.
Una voz resonó en la distancia, y alguien me sacudió de un lugar a otro con fuerza. Cuando finalmente desperté, mi visión borrosa logró reconocer la tosca silueta de Bob, que estaba frente a mí con una expresión de sorpresa.
La confusión me envolvió, y el eco de la violencia aún resonaba en mi mente. La realidad se desdibujaba, y el abrazo de mi madre se desvanecía como un susurro en el viento. La lucha entre el sueño y la vigilia se intensificaba, y mientras intentaba recomponerme, la angustia de lo que había presenciado seguía latente, como una sombra que se negaba a desaparecer.
Lo miré un poco aturdido, aún procesando los recuerdos que habían abierto heridas que creía borradas. ¿Por qué soñé con esas personas? Mis padres ya no estaban a mi lado desde hace mucho tiempo. Entonces, ¿no era absurdo soñar con un pasado del cual me había esforzado por mantener en un lejano y oscuro rincón de mi mente?
— Tu rostro está muy pálido. ¿No tienes ninguna enfermedad extraña o algo así?
Preguntó Bob, su voz resonando en mi mente como un eco distante.
Las palabras entraron torpemente por mis oídos, y me sentí pesado y triste, como si el peso de mis recuerdos me aplastara. En ese momento, un aroma familiar alertó mi olfato. Un recipiente de arroz instantáneo estaba siendo sujetado por Bob. Mis ojos, casi por inercia, se quedaron fijos en el empaque en sus manos. Al notar mi mirada, Bob alternó su atención entre el plato y yo, como si intentara descifrar mi reacción.
— Toma, es para ti. — Dijo, extendiendo el recipiente hacia mí.
Sin ser consciente de mis propias acciones, mis manos ya se estaban moviendo en dirección al humeante recipiente de arroz instantáneo, como si ese simple gesto pudiera ofrecerme un poco de consuelo en medio de la tormenta emocional que me asediaba.
— Gracias. — Logré murmurar, aunque la gratitud se sentía vacía, como un eco en un vasto vacío.
En el momento en que nuestra diferencia de tamaños se volvió notoria, un sentimiento de inferioridad me invadió. Este hombre era tan grande y musculoso como un peleador profesional de boxeo, esos que aparecen en la televisión, mientras que yo me sentía como una mantis religiosa o un mosquito, frágil y vulnerable. La idea de ser aplastado por actuar de forma imprudente me llenó de temor.
— Lamento haber entrado ayer aquí. — Continuó Bob, su tono más serio. — Estamos teniendo problemas con uno de los anfitriones que le gusta jugar a las escondidas. Si ves a otros Omega, será mejor que no hables con ellos.
Sus palabras resonaron en mi mente, y la confusión se mezcló con la inquietud. ¿Qué significaba todo esto? La atmósfera en la habitación se tornó densa, y la sensación de estar atrapado en un juego del que no conocía las reglas se intensificó. Mientras sostenía el recipiente de arroz, la lucha interna entre el deseo de escapar de mi pasado y la necesidad de enfrentar la realidad se hacía cada vez más palpable. La vida que había intentado dejar atrás parecía estar llamándome de nuevo, y la sombra de mis recuerdos se cernía sobre mí, amenazando con devorarme una vez más.
‘¿No quieres que hable con ellos porque sabes que tus intenciones no son buenas hacia mi persona?’
Odiaba a las personas que eran amables conmigo de forma superficial o con intenciones ocultas. Asentí con la cabeza mientras llevaba el arroz insípido a mi boca. En ese momento, un dolor punzante se hizo presente en mis mejillas, resultado del movimiento de masticar y tragar la comida.
Mi cuerpo había quedado débil desde el accidente, así que cualquier herida tardaba mucho en sanar. Supongo que era algo normal para un Omega con problemas de desarrollo como yo. La incomodidad se intensificó al notar a un extraño siendo amable conmigo de la nada, considerando mi posición actual.
Dentro de la sociedad, todo estaba dirigido por aquellos con un rasgo Alfa, especialmente aquellos cuya calidad de feromona era dominante. En cuanto a los Omega, su estatus era considerado, siempre y cuando fueran igualmente dominantes.
Para los Omega ordinarios nacidos en buenas familias, era natural ser emparejados con Alfa pertenecientes a un círculo social muy exclusivo, con la finalidad de asegurar que la siguiente generación tuviera un rasgo con mayor porcentaje de manifestación dominante. Cualquier rasgo inferior a ellos era tratado como el último eslabón de la sociedad.
Incluso los Beta, quienes eran incapaces de percibir las feromonas, eran considerados como algo de utilidad en el sector corporativo. Era un poco obvio, ya que no se veían afectados por las feromonas naturales de los Alfa y Omega. Eran buenos candidatos para formar parte de los cuerpos de seguridad privada o miembros de las oficinas administrativas.
Nadie quería a un Omega incapaz de contener su feromona durante su ciclo de calor a mitad de una oficina llena de ejecutivos Alfa. En ese sentido, los líderes del país habían aprobado leyes donde los accidentes que involucraban a un Omega no debían perjudicar la imagen del Alfa involucrado.
La jerarquía social era cruel y despiadada, y yo me encontraba atrapado en el fondo de esa cadena alimentaria. La amabilidad de Bob, aunque genuina en su forma, me hacía sentir incómodo. ¿Qué quería realmente de mí? La desconfianza se apoderaba de mí, y cada gesto amable se sentía como una trampa, un recordatorio de que en este mundo, la bondad a menudo venía con un precio oculto.
Mientras masticaba el arroz, la realidad de mi situación se cernía sobre mí como una sombra. La lucha por encontrar mi lugar en un sistema que parecía diseñado para aplastarme era constante, y la idea de que alguien pudiera ser realmente amable sin ulterioridad era un concepto que me resultaba difícil de aceptar. La vida me había enseñado que la amabilidad a menudo era solo una máscara que ocultaba intenciones más oscuras.
Esa protección que se les dio a los Alfa fue el parteaguas para que, tiempo después, ellos fueran considerados víctimas de la feromona Omega, que los incitaba al acto sexual mediante la seducción con feromonas. En consecuencia, muchos abusos sexuales de Alfa hacia los Omega quedaron sepultados bajo la excusa de haber sido influenciados por un ciclo de calor inesperado.
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