— Cielos, te ves terrible. ¿Estás bien?
Asentí mientras llevaba el arroz a mi boca. La persona que estaba charlando conmigo era Seohyun, un crupier un par de años mayor que Minjoon. A diferencia de él, Seohyun estaba asignado en la zona común, donde el ambiente era más relajado y menos tenso que en la zona VIP.
— Solo un poco cansado. — Respondí, tratando de sonar más optimista de lo que realmente me sentía.
Seohyun me miró con preocupación, sus ojos oscuros reflejaban una genuina inquietud.
— ¿Has estado durmiendo bien? Te noto un poco… diferente.
La verdad era que no había dormido bien en semanas. La presión del trabajo, combinada con mi mala genética, había hecho que mis noches fueran un torbellino de insomnio y ansiedad. Pero hablar de eso no era realmente importante.
— Sí, solo un poco de estrés. Es el trabajo, ya sabes cómo es. — Dije, intentando restarle importancia.
Seohyun asintió, pero su expresión no se convencía del todo.
— Si necesitas hablar o tomarte un descanso, no dudes en decírmelo. Todos necesitamos un respiro de vez en cuando.
Agradecí su amabilidad, pero sabía que no podía permitirme un descanso. Tenía responsabilidades que cumplir, y aunque mi cuerpo me pedía a gritos que me detuviera, la realidad del casino no me lo permitía.
— Gracias, Seohyun. Lo tendré en cuenta.
Respondí, forzando una sonrisa.
Mientras continuaba comiendo, la conversación se desvió hacia otros temas, pero mi mente seguía atrapada en mis propios pensamientos. La imagen del Sr. Kang y su intensa mirada seguía presente, y me preguntaba si alguna vez podría sacudirme esa sensación de conexión que había experimentado.
El día apenas comenzaba, y ya sentía que la carga sobre mis hombros se hacía más pesada.
— ¡Junseo! Trae más arroz para Jian, parece que va a desmayarse en cualquier momento.
Junseo era un chico Omega un año menor que yo, trabajaba en la zona de la cocina como ayudante y normalmente lo veías en el fregadero lavando ollas y artículos de cocina que usaban los cocineros. Su energía siempre era contagiosa, pero hoy su preocupación era palpable.
Se acercó a nosotros sosteniendo un cuenco extra de sopa de alga nori que me extendió.
— ¡Vaya! Jian, ¿te sientes enfermo? Realmente te ves mal.
Su expresión preocupada fue transparente, y me sentí incómodo ante la consideración excesiva que era inmerecida. Tragué el arroz en mi boca y bajé el cuenco, colocándolo en la mesa del comedor de empleados.
Eran las seis de la mañana; el casino estaba cerrado a esa hora, por lo que el personal encargado de las labores de limpieza y mantenimiento estaba ocupado. El comedor normalmente tenía unas seis a siete personas por turno, pero a esta hora casi no había empleados.
— Estoy bien, no pude dormir anoche. Eso es todo.
— ¿Estás seguro? Parece que tienes fiebre, tu rostro está rojo.
La mano de Junseo se colocó suavemente sobre mi frente, tratando de medir mi temperatura. Sí, probablemente tenía algo de fiebre por el ciclo de calor, pero era algo que los inhibidores podían controlar.
—¡Pescaste un resfriado!
Seohyun dijo, y pensé que esa excusa podría funcionar. Mi constitución no era buena, y la climatización del edificio ayudaría a dar credibilidad.
— Iré a la farmacia por algo de medicina y estaré bien en un par de días.
— Ten cuidado, si es posible, no vayas solo.
Junseo era un Omega que había vivido momentos desafortunados. Originalmente, estaba considerado para atender la zona VIP, pero su apariencia infantil y su personalidad amable provocaron varios inconvenientes. Había sido víctima de comentarios despectivos y miradas despectivas, lo que lo llevó a ser relegado a la zona común.
— No te preocupes por mí, Junseo. Sé cuidar de mí mismo. — Le aseguré, aunque sabía que la preocupación en su mirada era genuina.
— Está bien, pero si necesitas algo, no dudes en decírmelo. Siempre estoy aquí para ayudar.
Respondió, su voz llena de sinceridad.
Agradecí su amabilidad, pero en el fondo sabía que debía enfrentar mis problemas solo. La vida en el casino era dura, y aunque tenía amigos como Junseo y Seohyun, había cosas que debía manejar por mi cuenta.
Mientras terminaba mi desayuno, la sensación de agotamiento seguía pesando sobre mí. La idea de salir a la farmacia me parecía abrumadora, pero sabía que no podía dejar que el ciclo de calor me venciera. Tenía que mantenerme fuerte, no solo por mí, sino también por aquellos que se preocupaban por mí.
Con un suspiro, decidí que, después de terminar, iría a buscar lo que necesitaba. La vida continuaba, y yo debía encontrar la manera de seguir adelante.
En su primer día de trabajo, Junseo fue agredido por uno de los clientes. Su cuerpo sufrió heridas que tardaron en sanar. Fue tan impactante para él que simplemente no pudo permanecer cerca de un Alfa. Aun así, tenía una deuda que pagar. Emma le dio una oportunidad en la cocina, y Junseo trabajaba diligentemente para demostrar su valía.
Después de comer algo, mi cuerpo recuperó un poco de fuerzas. Salí del comedor y caminé por los pasillos silenciosamente. Cuando llegué a la oficina de Emma, toqué dos veces la puerta antes de entrar.
— Come in.
La voz suave de la señorita Emma se escuchó.
— ¡Jian! Good, you look awful.
Emma caminó hacia mí y colocó su mano en la superficie de mi frente.
— You have a fever. Dijo con calma.
— Emma, ¿puedo salir por un par de horas? Iré a la farmacia de la ciudad.
— Sí, es buena idea que vayas. ¿Podrás estar bien solo?
— Estaré bien, Emma. — Asentí mientras metía la mano dentro del bolsillo del pantalón.
— El cliente de hace unas horas me dio esto. No sé si es correcto que me lo quede.
Le extendí las fichas. Cuando Emma las miró, soltó una maldición. Después, se acercó a su escritorio y de un cajón sacó un fajo de billetes.
— Ese maldito viene aquí exigiendo cosas ridículas. ¡Escúchame, Jian! Si ese sujeto regresa, nunca te acerques a él. Es un depredador, ya sabes, la pasarás mal si te quedas solo con una persona como él. Toma, es tu propina, tómala, ¿sí?
Emma me extendió un fajo de billetes; eran doscientos mil wones.
— Ve con cuidado. Mientras regreses para el cambio de turno, no habrá problema.
— Gracias.
La zona del casino estaba en un sitio aislado, así que tuve que caminar diez minutos para llegar a la parada de autobús más cercana. El aire del exterior era frío por el invierno.
‘Ah…’
Sentí un escalofrío; el dolor corporal me inundaba como un maremoto. Mientras estaba sentado en la parada de autobús, miré mi muñeca. Había una huella rojiza en mi piel. Mis dedos frotaron la marca que había hecho esa persona.
— Una persona peligrosa.
***
No pasó mucho tiempo cuando el autobús se detuvo en la estación. Las puertas se abrieron y mi cuerpo se levantó para subir. La tarjeta de acceso pasó sobre el lector y una pantalla verde se iluminó. Caminé hasta el último asiento de la fila; ya que era sábado, el número de personas era reducido.
Fue un viaje de 20 minutos. Mientras el autobús avanzaba, miraba por la ventana, observando cómo el paisaje urbano se deslizaba ante mis ojos. Las luces de la ciudad parpadeaban, y la gente se movía con prisa, ajena a mis pensamientos y preocupaciones.
El frío del invierno se sentía más intenso fuera del autobús, y el aire fresco me ayudaba a despejar un poco la mente. Sin embargo, la marca en mi muñeca seguía ardiendo en mi memoria, recordándome que no podía bajar la guardia.
Finalmente, el autobús se detuvo en la parada que necesitaba. Me levanté, respiré hondo y me preparé para enfrentar el mundo exterior. Tenía que conseguir lo que necesitaba y regresar al casino antes de que comenzara el cambio de turno. Con determinación, salí del autobús y me dirigí hacia la farmacia, sintiendo que cada paso me acercaba un poco más a la normalidad que tanto anhelaba.
El medicamento estaba controlando los síntomas, pero el dolor persistía, como si una fuerza invisible me estuviera desgarrando por la mitad. Caminaba por la acera, con la mirada perdida en un horizonte que ya no me ofrecía consuelo, cuando un ruido estruendoso perforó mis oídos, sacándome de mi letargo.
— ¡Dios!
— ¡Llamen una ambulancia!
Levanté la mirada, y lo que vi me dejó paralizado: un auto deportivo rojo, una belleza hecha trizas, había chocado violentamente contra un camión de mudanzas. El frente del auto estaba destrozado, como un juguete roto, y fragmentos de vidrio brillaban en el asfalto, reflejando la luz del sol de una manera casi irónica. El aire se llenó de un fuerte olor a gasolina y plástico quemado, un recordatorio de la fragilidad de la vida.
Fox lo había dicho, que mi cerebro quedó roto después de un accidente de auto. Pero no dijo nada más. ¿Estaba realmente solo en este mundo? ¿A dónde me dirigía? ¿Acaso alguien me estaba esperando? La ansiedad comenzó a apoderarse de mí, dificultando mi respiración, y sentí cómo mis ojos se humedecían, como si el dolor interno buscara una salida.
Al mirar la sangre en el asfalto, un revuelo en mi estómago me hizo cuestionar mi propia existencia. ¿Realmente no había nadie que me recordara antes del accidente? La soledad se apoderó de mí, y una voz interna me susurró: ‘¿De qué sirve sentirse triste por eso? Mi situación no cambiará solo por saber más del pasado’.
Con el corazón pesado, seguí caminando hasta llegar a la puerta de un edificio. El paso del tiempo había dejado su huella en la pintura desgastada del exterior; las ventanas oxidadas parecían haber olvidado el brillo de antaño. Sin embargo, la puerta exterior era nueva, con una cerradura digital que parecía fuera de lugar en ese entorno deteriorado.
Después de ingresar la clave de acceso, el sensor de seguridad emitió un pitido, y la puerta se abrió con un sonido que resonó en mi mente como una invitación a un lugar desconocido. Al final del pasillo desolado, un letrero que decía “Médico” me esperaba. Imaginé una instalación insalubre, pero al entrar, el espacio estaba completamente limpio, los muebles parecían recién comprados, como si el tiempo no hubiera pasado por allí.
Las paredes estaban pintadas de un blanco brillante, y la iluminación suave creaba un ambiente acogedor, casi engañoso. A pesar de la apariencia moderna, había algo inquietante en la tranquilidad del lugar, como si el silencio ocultara secretos que no estaba listo para enfrentar.
Me acerqué al mostrador de recepción, donde una enfermera de cabello castaño claro me miró con una sonrisa amable, una chispa de calidez en medio de mi tormenta interna.
— Hola, ¿en qué puedo ayudarte hoy?
Preguntó, su voz era suave y tranquilizadora, como un bálsamo para mi alma herida.
— Necesito ver a un médico. — Respondí, tratando de mantener la calma a pesar de la agitación que bullía en mi interior, como un mar embravecido.
— Claro, por favor, toma asiento. El doctor estará contigo en un momento.
Me senté en una de las sillas de la sala de espera, sintiendo que el dolor en mi cuerpo se intensificó, como si cada latido del corazón recordara mi sufrimiento. Miré a mi alrededor, observando a otros pacientes que esperaban. Algunos parecían ansiosos, otros distraídos con sus teléfonos, pero todos compartimos un mismo hilo invisible de incertidumbre, un eco de la lucha interna que cada uno enfrentaba en silencio.
Mientras esperaba, mi mente divagaba entre recuerdos fragmentados y pensamientos confusos, como un rompecabezas cuyas piezas nunca encajaban. La imagen del accidente seguía acechando en mi mente, un fantasma que se negaba a desvanecerse, y la sensación de pérdida se hacía más fuerte, como un peso que se asentaba en mi pecho, dificultando cada respiración.
Finalmente, la enfermera me llamó, rompiendo el hechizo de mi introspección.
— Jian, el doctor está listo para verte.
Me levanté, sintiendo que cada paso era un desafío monumental, como si el suelo se resistiera a dejarme avanzar. Seguí a la enfermera por un pasillo más, cada paso resonando en mi mente como un eco de mi fragilidad, hasta que llegamos a una habitación con una puerta blanca, inmaculada y fría. Ella me indicó que entrara, y al hacerlo, me encontré con un médico de mediana edad, con una expresión amable y profesional que, en circunstancias normales, podría haberme brindado un poco de consuelo.
— Hola, Jian. Soy el Dr. Kim. ¿Qué te trae aquí hoy?
Mientras comenzaba a explicarle mis síntomas, una chispa de esperanza se encendió en mi interior. Tal vez, este lugar podría ofrecerme un poco de alivio, tanto físico como emocional, un refugio temporal de la tormenta que azotaba mi mente.
— Bienvenido. — Dijo el hombre que vestía un uniforme blanco, acercándose a mí con una sonrisa. Me entregó un formulario de registro, como si fuera un pasaporte a la normalidad.
— Ya que es la primera visita, tienes que llenar este formulario. Si tienes alguna duda, puedes preguntarme.
— Sí, gracias. — Respondí, aunque la simple tarea de llenar mi información personal se sentía como escalar una montaña. Para mí, que tenía un hueco en el cerebro, era una tarea difícil, un recordatorio de lo que había perdido.
— Ya veo, ¿entonces no te hiciste exámenes médicos después del accidente?
— No. — Respondí, sintiendo que la palabra resonaba en el aire como un eco de mi descuido.
El doctor, que observaba el cuestionario médico, golpeaba sus dedos sobre la superficie de la mesa, como si estuviera marcando el compás de una sinfonía que solo él podía escuchar. Después de eso, realizó un examen físico y pidió a la enfermera una muestra de sangre, un procedimiento que me parecía tan rutinario y, sin embargo, tan abrumador.
— ¿Dices que el inhibidor no está funcionando? ¿Cuánto tiempo lo has estado consumiendo?
— Sé que no está funcionando como antes, han pasado dos años.
— ¿Dos años? Vaya, en realidad, si el paciente toma ese tipo de medicamento sin un seguimiento adecuado, puede ser que el cuerpo haya generado una tolerancia al fármaco. Si eso es así, deberás probar con otra marca.
El médico escribió el nombre del nuevo medicamento en una hoja de prescripción mientras daba las indicaciones, su voz era un murmullo distante en medio de mi confusión. Me entregó la papeleta y dijo que era importante que regresara en un mes, como si el tiempo pudiera curar las heridas que llevaba dentro.
La inyección fue aplicada en mi brazo rápidamente, un pequeño pinchazo que me recordó que aún estaba vivo.
— Esto te ayudará con los efectos secundarios del ciclo de calor. Descansa y come regularmente; un peso bajo puede complicar los síntomas. — Me advirtió, su mirada era seria, pero su voz carecía de la calidez que necesitaba.
El médico salió de la oficina, cruzando palabras con la mujer de recepción, dejándome solo con mis pensamientos. Al salir, solo se cobró el costo de los medicamentos, y una punzada de ansiedad me atravesó. Si no fuera por la buena propina de esa noche, no habría sido capaz de pagar por esta atención. Fue Junseo quien me escribió la dirección del médico en una hoja de papel, un establecimiento para interrumpir el embarazo Omega, pero también ofrecía atención médica, un lugar donde las sombras de mi vida se entrelazaban con la realidad.
Sostuve el frasco redondo de medicina con fuerza, mirando la etiqueta de ingredientes, tratando de encontrar alguna diferencia con el inhibidor actual. Pero este era el doble de costoso, lo que significaba que tendría que trabajar el doble para poder pagarlo. La ironía de mi situación no se me escapaba; en un mundo donde la vida se desmoronaba a mi alrededor, la lucha por sobrevivir se convertía en una carga aún más pesada.
Cuando regresé al casino, las luces ya estaban encendidas, brillando con una intensidad casi hiriente, y los autos llenaban el estacionamiento trasero, como si cada uno de ellos fuera un testigo silencioso de las vidas que se entrelazaban en ese lugar. Recordé haber escuchado a Emma decir, hace tiempo, que el precio para ser socio era el equivalente a un millón de dólares, una cifra que me parecía absurda, sin contar el dinero que se apostaba.
— Si tuviera un poco de todo ese dinero, no pagaría algo así. — Murmuré para mí mismo, sintiendo que la ironía de mis palabras se perdía en el aire cargado de humo y risas.
Llegué a la habitación, guardé el frasco de inhibidores en un cajón, como si ocultar su presencia pudiera aliviar el peso que llevaba sobre mis hombros. Me cambié al uniforme del casino, y al mirarme en el espejo, una punzada de desasosiego me atravesó. ‘Oh’, era verdad que había perdido peso; el uniforme que me quedaba a medida hace una semana ahora se sentía flojo, como si mi cuerpo estuviera tratando de escapar de la realidad que me envolvía.
— Puedo soportarlo. — Dije en voz alta, aunque las palabras se sintieron vacías, un consuelo que apenas lograba calmar la tormenta en mi interior.
Los empleados trabajaban diligentemente, el sonido de la música se filtraba hasta la zona de empleados, creando una atmósfera vibrante que contrastaba con mi estado emocional. Era una noche de fiesta dentro del casino, y era normal ver a personas importantes, sus risas resonando como ecos de una vida que parecía tan lejana de la mía.
— ¿Jian, puedes venir un momento? — Dijo Emma, llamándome con un movimiento de sus manos, su voz cortando a través de mis pensamientos oscuros. Asentí y me acerqué a ella, sintiendo una mezcla de ansiedad y resignación.
— Uno de los chicos nuevos desapareció, así que no tengo a nadie que se encargue de la ruleta. ¿Podrías hacer ese trabajo hoy?
Me pidió, su suave sonrisa contrastando con la inquietud que comenzaba a formarse en mi pecho.
Mientras veía esa sonrisa, un escalofrío recorrió mi espalda. Constantemente llegaban jóvenes a trabajar aquí, llenos de sueños y esperanzas, pero muchos de ellos desaparecían después de un par de semanas, como si el casino se los tragara. Y por supuesto, los que estábamos desde antes no teníamos permitido preguntar, como si la curiosidad fuera un pecado en este mundo de luces y sombras.
— Solo será por un par de horas y la propina es buena.— Agregó, como si eso pudiera hacer que la carga fuera más ligera.
— De acuerdo. — Respondí, sintiendo que la decisión se deslizaba de mis labios como un susurro resignado. En el fondo, sabía que no tenía otra opción. La noche apenas comenzaba, y con ella, la lucha por encontrar un sentido en medio del caos que era mi vida.
***
— El ganador es el número 5, preparen sus apuestas, el tablero está abierto.
Era extraño que me presentara frente a los clientes, así que me sentí vacilante y desconfiado, como si cada mirada fuera un juicio que pesaba sobre mis hombros.
— Oye, jovencito. — Dijo un hombre al acercarse a la zona de la ruleta. No parecía un cliente nuevo; su familiaridad con el lugar era evidente. Sentí el aroma de su colonia picar en mi nariz, una mezcla de dulzura y agresividad que me hizo sentir incómodo. Su cuerpo estaba demasiado cerca, invadiendo mi espacio personal de una manera que me hizo estremecer. La copa de vino que sostenía en sus manos quedó sobre la superficie de la mesa, como un símbolo de su presencia invasiva.
Me incliné ante el cliente, dándole la bienvenida, aunque una parte de mí quería retroceder. A diferencia de las personas que estaban en el juego en ese momento, él se veía muy joven, pero su mirada era intensa, casi depredadora.
— ¿Aún recibes apuestas? — preguntó, su voz tenía un tono que me hizo sentir vulnerable.
— Está por cerrarse, ¿desea hacer una oferta? — Respondí, tratando de mantener la compostura.
En respuesta, el hombre junto a mí sacó un par de fichas, el marco dorado en ellas significaba que eran fichas de cien mil wones.
— No te había visto por aquí antes. ¿Eres nuevo? Realmente, no entiendo por qué tener a un niño tan bonito escondido por allí. — Dijo, colocando diez fichas en el número cero, sus palabras impregnadas de un tono que me hizo sentir como un objeto en lugar de una persona.
— Se cierran apuestas. — Dije, intentando desviar la conversación.
— ¿Cuántos años tienes? Luces muy joven. ¿Tienes la edad legal para estar trabajando aquí? — Sus preguntas eran como dagas, cada una perforando mi ya frágil sentido de seguridad.
La sensación de una serpiente recorriendo la piel debajo de mi uniforme fue desagradable, una incomodidad que se intensificó con cada palabra que salía de su boca. Aunque no podía percibir la feromona por el uso de los inhibidores, la sensación pegajosa que se adhería a mí significaba que estaba bajo la agresión de esta persona.
El hombre trató de romper la incomodidad, hablando de cosas triviales, como si eso pudiera hacer que su comportamiento fuera aceptable. Sabía que, como empleado, no podía hacer enojar a este tipo de clientes, pero cada palabra que decía me hacía sentir más atrapado.
— Tengo la edad suficiente para trabajar aquí. El número ganador es… Cero. — Dije, sorprendido, había escuchado que era inusual que este número ganara. El hombre, a mi lado, sostuvo su copa y tomó la champaña, mientras uno de los empleados se acercaba a cambiar la copa vacía por una llena.
— ¿Fue el ganador? Cielos, debe de ser mi noche de suerte. Quizás sea que encontré la buena fortuna. — Dijo, y en ese momento, sentí como algo palpaba mi trasero.
— ¡¿Señor?! — Exclamé, mis ojos se abrieron de par en par, llenos de incredulidad y horror.
Mis ojos miraron al hombre que estaba pegado a mí, su sonrisa era una máscara de desprecio. Era una orden clara: no hacer nada que incomodara a los invitados. El hombre entrecerró sus ojos, como si disfrutara de mi incomodidad. — ¿No vas a seguir con el juego? — Sentí como sus dedos vagaron sobre el pliegue de mi pantalón, una invasión que me hizo querer gritar, pero sabía que no podía. Mordí la carne de mi boca, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de mí. En ese momento, el hombre dio un paso atrás, como si se hubiera saciado de su juego.
— Un niño lindo como tú debería tener cuidado. — Dijo, y antes de que un camarero que pasaba pudiera recoger la copa que se vació de nuevo, el hombre dejó la mesa de apuestas, llevándose consigo la sensación de asco que me invadía.
‘Puaj’.
La sensación que siguió después fue terrible; mi cabeza comenzó a punzar y mi estómago se sintió caliente, como si el veneno de su acoso se estuviera filtrando en mi sistema. Mis ojos comenzaron a distorsionarse, y la realidad se volvió borrosa. Fue un turno de tres horas, y pensaba que estaba lejos de terminar. Una persona me llamó; Minjoon había llegado para cubrir el siguiente turno. Recogí las fichas que tenía asignadas y le entregué las dos esferas de la ruleta. Minjoon me miró con ojos extraños, y en su mirada vi un reflejo de la incomprensión que me rodeaba, un recordatorio de que, a pesar de todo, la lucha por mi dignidad aún continuaba.
— ¿Estás bien? Jian, tienes mucha feromona enterrada. ¿Fue un cliente?
— Ah, sí.
— Oh, lo siento, debe de ser difícil.
— Es tu turno, iré a descansar un poco.
Con la mano temblorosa, entregué mi estuche al encargado de seguridad del turno y salí del salón de juegos. Para llegar a la zona de empleados, tenía que atravesar toda la sala VIP, un pasillo que ahora se extendía infinitamente ante mí. Mi pecho latía con violencia, sintiendo cada bombeo de sangre como un fuerte golpe en el corazón. ¿Cómo podía sentirme tan abrumado? Solo tenía que seguir caminando y llegaría a salvo.
Pero entonces…
— ¿Estás perdido? Un niño lindo como tú corre peligro en un lugar como este.
‘¿Eh?’
Reconocí al hombre que me hablaba, uno de los clientes con los que había estado trabajando en la mesa de juegos. Antes de poder reaccionar, él agarró mi muñeca con fuerza.
— Esto es acoso sexual, detente.
Sin previo aviso, mi cuerpo fue lanzado contra la pared con una fuerza brutal. Escuché un crujido sordo mientras sentía como si mis huesos se hubieran roto en mil pedazos.
— ¿Qué puede hacer un niño cuando es acosado por un hombre? ¿Vas a gritar en un lugar como este?
Este imbécil pensó que yo estaba dispuesto a vender mi cuerpo. Y no podía culparlo, después de todo soy solo un empleado vulnerable en su lugar de trabajo. No tenía forma de defenderme sin poner en peligro mi vida.
— ¡Ah!
— Vaya, eres aún más suave de lo que imaginaba.
Las manos frías y repugnantes se deslizaron bajo mi uniforme del casino. Me sentí sucio y avergonzado. Intenté liberarme, pero no tenía la fuerza ni el coraje para hacerlo.
Mi cuerpo estaba acorralado entre la pared fría y el hombre asqueroso frotándose contra mí. Me sentí indefenso y vulnerable en ese momento. ¿Cómo había llegado a esta situación tan humillante?
— ¡Para ya...! — Arrugué la frente al oler el fuerte perfume del hombre, una feromona amarga que me hizo sentir enfermo. Luego el sujeto mostró excitación y metió su mano en mis pantalones.
— ¡Ew!
Sus dedos se deslizaron dentro de mi ropa interior y manosearon mi piel sin permiso.
— ¡Já! Sabía que eras Omega ¿No hueles porque estás tomando supresores? ¡Qué patético! Esto es emocionante.
— Por favor, detente.
Mi cuerpo temblaba bajo la opresión de sus feromonas invisibles, haciendo que respirar fuera casi imposible con los pulmones obstruidos como si fuera una serpiente estrangulándome.
Sentí la pesada rodilla del hombre presionando contra mi cuerpo. Su aliento hediondo se mezcló con sus palabras amenazantes.
— Recuerda bien mi nombre, Park Yoo, pequeño.
Su cuerpo se inclinó sobre el mío y sentí como sus garras me atravesaban la piel con fuerza.
Mientras el dolor me consumía, un ardiente calor se apoderaba de mí, arrastrándome hacia un abismo oscuro. Mis extremidades se hundían en un pantano denso, arrastrando consigo mi conciencia débil e impotente.
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